A la gente le encanta mandar pendejadas por WhatsApp (no me refiero a los chistes; esos nos alegran el día), pero la pandemia del coronavirus –o el miedo o el encierro– parece haber disparado en muchas personas la tendencia a difundir noticas falsas, teorías de conspiración y chifladuras metafísicas.
Supongo que es natural. En la antigüedad, las personas veían señales del fin del mundo en todo aquello que les parecía incomprensible, asustador o enigmático: un eclipse, un cambio de milenio, una gran pandemia… Somos humanos. Es natural sentir temor. Pero no podemos permitir que nos contagie la ignorancia, así estemos viviendo unos días extraños, y menos cuando esta nos puede hacer actuar de forma irresponsable.
Me cuesta mucho entender por qué alguien manda una cadena por WhatsApp en la que les dicen a los venezolanos que en las alcaldías de algunas ciudades de Colombia les van a regalar dinero. Es tan bajo jugar así con las necesidades de la gente que no puedo imaginarme las motivaciones de quien hace eso.
Pero me cuesta más entender que personas educadas estén difundiendo videos, audios y textos que dicen locuras similares: que los chinos crearon este virus para derrumbar la economía mundial y luego comprar las empresas occidentales, que la pandemia es un invento de los medios y de algunos grupos económicos para luego subirnos los precios de los productos, que el miedo que nos meten es falso y por eso debemos salir a la calle y tener contacto social normal, que si creemos en esta pandemia somos borregos, que la mejor defensa contra el virus son las energías de alta frecuencia que produce el amor…
¿De verdad hay gente que cree eso? ¿Los 875 mil contagiados y 44 mil muertos que hay en el mundo no son suficiente prueba de que debemos ser cuidadosos con este virus? ¿Los reportes de los medios italianos y españoles sobre los sistemas de salud colapsados no bastan para entender por qué estamos en cuarentena? ¿Que se estén derrumbando las economías de todos los países no muestra que con esta pandemia no hay ganadores? Es cierto que la tasa de mortalidad del coronavirus es baja (2%), pero lo que se debe tener en cuenta es que la capacidad de propagación del Covid-19 es altísima. El virus de la gripa española tenía la misma tasa de mortalidad (2%), y aniquiló al 3% de la población del planeta entre 1918 y 1919.
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Una cosa es que a uno le preocupe que estas cuarentenas tan largas acaben con la economía. A mí también me preocupa eso. Pero otra muy diferente es que uno ataque esa medida difundiendo videos con teorías de conspiración o con ideas metafísicas extrañas, que tratan de justificar con argumentos que posan de ciencia cosas que en realidad no tienen ningún fundamento científico. Eso puede conducir a que la gente no acate las medidas que están tomando los gobiernos, y eso es irresponsable.
Tampoco podemos dejar que nuestras ideas políticas nublen nuestra razón. Ahora todas las medidas que propone la alcaldesa Claudia López son malas para mis amigos de derecha y todas las propuestas del presidente Iván Duque son malas para mis amigos de izquierda. ¿De verdad hemos caído tan bajo? Yo tengo claro que la política puede ser mezquina, pero esto sí parece un chiste.
Hasta los mandatarios más ‘pintorescos’ y populistas, aquellos que se tomaron esto como si fuera un juego, como Donald Trump o Manuel López Obrador (quien recomendaba un trébol de seis hojas para protegerse), ya entendieron que cometieron un error y le están pidiendo a su gente que no salga porque tienen sus sistemas de salud a punto de colapsar.
Estamos viviendo una época en la que tenemos que cuidarnos. Y eso incluye ser responsables con nuestro intelecto, no solo con nuestro cuerpo. No podemos hacerles contrapeso a las campañas de los gobiernos y las instituciones de salud con ideas extrañas o mentiras que pueden hacerle daño a la gente que las cree.
Debo admitir que este tema en particular me produce escozor porque detesto la seudociencia y la credulidad en la basura que distribuyen las redes sociales. Tiendo a pensar que creer en supercherías es uno de los grandes males de este mundo, y por eso tengo una relación de amor y odio con las redes sociales. Amor por todo el poder que tienen para difundir ideas constructivas y conocimiento. Odio por todo el poder que tienen para difundir seudociencia y noticias falsas.
La única forma de combatir la seudociencia, las noticias falsas y las teorías de conspiración es recurrir solamente a fuentes serias y confiables. Una fuente seria en salud no es un médico esotérico que hace recomendaciones desde su Facebook ni el sitio web del Indio Amazónico; es el Instituto Nacional de Salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Ministerio de Salud.
Una fuente confiable en ciencia no es la tía solterona que cree en la metafísica o en el poder sanador de las estampitas de José Gregorio Hernández; son los centros de investigación de las principales universidades o el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC).
Una fuente seria de información no son las cadenas de WhatsApp, ni los blogs anónimos, ni las cuentas de Facebook o Twitter de algunos pelagatos que ahora están ganando notoriedad; son los medios tradicionales como El Tiempo, Semana, CNN, la BBC, The New York Times, Blu Radio o Caracol Radio, entre otros, en donde hay gente entrenada para dar información veraz y confiable, así los mandatarios populistas hayan convencido a algunos de que los medios tradicionales son enemigos del pueblo.
Yo invito a todos aquellos que estén muy asustados por las maquinaciones de los chinos o por las manipulaciones de los medios, y que tengan mucho tiempo en este encierro, a que suelten un rato su WhatsApp o su Facebook y se dediquen a cosas más productivas.
Por ejemplo, podrían dedicarse a leer, solos y aislados, sin esparcir el virus de su credulidad. Les recomiendo obras de ciencia como ‘El triángulo de las Bermudas’, clásicos de la física teórica como ‘El secreto’, los libros de eminencias médicas como el Indio Amazónico y Regina 11, obras de historia como ‘Caballo de Troya’ o biografías como ‘Yo visité Ganímedes’. Incluso podrían aprovechar para aprender francés y leer en su idioma original los libros del ‘científico’ Nostradamus, que seguramente anticipó lo que está sucediendo hoy con más tino que Bill Gates.
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Imagen: Pixabay
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